Fisiognomiae
El Museo Marès en transformación, tras la primera impresión de salas silenciosas y en penumbra, ahítas de figuras otrora santas y ahora mundanas, se albergan, velados tras plásticos, como petrificados en gestos y miradas, instantes de una sorprendente cotidianidad y cercanía.
Cámara en mano, las sesiones fotográficas, casi litúrgicas, se prolongan durante horas. Sus efectos se propagan más allá de las salas del museo; la mirada se me impregna de una cierta humedad que dilata el tiempo y amplifica acontecimientos, correspondencias y sincronías.
El efecto más sorprendente es el de despertar ya en las calles de Barcelona pasmado ante el rostro de un transeúnte, un vecino o un turista quizás, como si de la reencarnación o el descendiente de una de las figuras del museo se tratara.
El embelesamiento obliga a revertir el flujo hacia el museo; y es así como las tallas policromadas, que de entrada ahogaban sus gestos tras los plásticos, devienen ahora totalmente carnales.
Mudamente, sus fisionomías traslucen personas, quizás algunas santas, cargadas de historias y memoria, consecuentes con anhelos y nostalgias. Su lenguaje corporal me habla de ellos, de aquellos que los fijaron en madera o en piedra y, sobretodo, de nuestra capacidad para dilatar el tiempo y relacionarnos empáticamente con ellos.